Retornamos a la infancia, para evocar a estos cuatro hermanos que fueron mis amigos y con los que nos iniciamos en el juego de la vida. Empezaré por Carlos, el mayor de los Goya. Muy popular en la calle San Diego porque sabía jugar al fútbol como todo un fenómeno. Pequeño de estatura y era el hábil delantero del Club Ciclista Alianza Miraflores, entidad en la que probamos que no nacimos para este deporte. Nuestra camiseta era una fiel copia de la del Deportivo Municipal, pantalón corto azul y medias celestes.
La franja roja cruzando el pecho y Carlos Goya, dribleando a su antojo y metiendo goles. Un interior muy hábil y de gran técnica. A su fallecimiento vino a despedirlo una gran masa de gente. Me cuentan que estuvo todo el contingente de viejos amigos y en especial los ex jugadores. Se hizo querer mucho y dejó viuda a Olinda, hoy muy solitaria pero reconfortada por el cariño que se le demostró a su esposo. Sus restos reposan en el viejo Campo Santo de su querido Surquillo, al lado de su adorada mamá y Raúl.
Continúo hablándoles de Juán, el segundo Goya que también le daba al balón y jugaba en la defensa. Muy tranquilo y sereno. Radica en los Estados Unidos, formó familia y retorna de vez en cuando a visitar a Hilda, la menor de esta familia. Mis saludos para él, porque tengo la seguridad que estos recuerdos, serán vistos donde reside. Siempre hay saludos para él y en el barrio se le recuerda con mucho aprecio por los que estamos quedando, los Núñez, Zúñiga, Tapia, Carreño, Gamarra, Abanto y el popular "Gualo".
Toca el turno a Raúl, mi contemporáneo, el popular "raulete", el "chino" querido. Cuántos partidos jugamos en la cuadra y qué de destrozos cometimos. Con Rufino Valenzuela, Carlitos Loayza, Roque Cárdenas y toda la gran mancha añorada, formamos un grupo único. Compartimos la primaria en el "401" y por alguna razón siguió la secundaria en el "Eguren" de Barranco. Amigo en las playas, en los potreros de Higuereta y fijo los sábados para "el perro muerto" en el café cena del recordado Juán en González Prada..
Se fue sin despedirse y lloré su ausencia porque fue mi gran amigo de la infancia. Cada que retorno a San Diego, lo "veo" en la esquina. Es mi loca imaginación que me transporta en el tiempo a ese pasado único. Y llegamos a Hilda Goya Villavicencio, siempre fiel al barrio y ahora al lado de sus sobrinos. Tengo el gusto de saludarla cuando visita a mi hermana María. Ha sido su acompañante a esos encuentros en la casa de Dios, nuestra querida Iglesia San Vicente de Paul y en la que hiciéramos nuestra Primera Comunión.
Hilda, es una hermana más y verla, es evocar a su madre Doña Florentina, esa mujer pujante y valerosa que salió al frente de su hogar al fallecimiento de Don Francisco Goya. Fuí, cuando niño, el último que vio con vida a este querido señor, que se retiró de una fiesta de cumpleaños de mi padre al sentirse mal. Nunca lo olvido. Así, a grandes rasgos, hemos evocado a los Hnos. Goya Villavicencio, pioneros en Surquillo como nuestra familia. Un abrazo a Hilda y Juán, extensivo a sus sobrinos. ¡Feliz Año 2011! Hasta pronto. Gracias.