¡Salud..."Tata"! |
No se si les sucederá a quienes vuelven a su barrio de origen y sienten la melancolía que nos embarga cada vez que retornamos a nuestro "San Diego" querido. Es cerrar los ojos y encontrarme con Rufino, con "Pichicuy", con Raulete, Roque, el "cholo", los Del Pino, Montalvo, "Güalo y toda aquella gran "chiquillada" de los años de 1940 hasta que crecimos y sucedió todo lo que pasó. Las mismas calles, pero con otros rostros. Sin embargo, como si fuera una película, se aparecen los muchachos en pleno peloteo en esas pistas que nos hicieron crecer con salud y amor a lo nuestro.
Este 22 de Setiembre no lo puedo olvidar jamás. Cumplía años, no uno de los chiquillos de antes. Lo hacía "el Tata". Siempre nos distinguimos por admirar a los mayores y aprender lo bueno de ellos. Un señor de baja estatura, pero grande de corazón y de nobleza. Ya experimentábamos nuestros primeros tragos y sabíamos lo que significaba un "tono" sabatino. Aquel señor que no era otro que el bueno de Don Mauricio Carreño, nos agarró simpatía y nos abrió su amistad, siempre sonriente y con esa cara de abuelo feliz. Por eso es que me sorprendía tener una afinidad mutua con él.
De niño y sentado en la vereda de nuestro hogar, solíamos verlo en su juventud, siempre ágil y de caminar veloz. Hombre trabajador y dedicado a esa noble profesión de construir casas, primero con el material de adobes y luego ya con lo que la modernidad exigía. Crecimos, de tamaño, y ya teníamos amistad con su yerno Carlos Gamarra, otro inolvidable y querido amigo. Épocas de festejar con baile el cumpleaños y hasta los carnavales. Música con guitarras y que tiempo después seríamos partícipes con nuestro acordeón. Serenatas y asimilando experiencias en todo.
¡Cómo no voy a recordar a mi barrio! Me dio de todo. Muchos amigos y el trompo, el bolero y el famoso "palitroque". Saltábamos al "lingo" y jugábamos a lo que "hace el prima". Los viejos como yo de Surquillo, lo entienden todo. Esos partidos a muerte en sus calles cuando no existían todavía los patrulleros y atentábamos contra la disciplina que nos implantaba el Teniente de la Policía Don Angel Serván, mi padre. Nada se hacía con mala intención. Escuchábamos en la esquina de "Don Ruiz" el "Cachascán" y el campeonato de fútbol cuando todavía jugaba Lolo Fernández.
Con este señor que me llevaba muchos años, recorrimos restaurantes en busca de buena comida y la sana cerveza. Todo muy moderado y le escuchaba feliz relatarme que fue padre y madre de sus hijos. Quedó viudo muy joven y lo escuchaba admirado como jamás reemplazó al amor de sus amores. Sus hijos Maruja, Yolanda, Olga y Mauricio, heredaron sus dones de amistad y me abrieron también sus brazos. En ese San Diego y casi llegando a la Av. Panamá, está su casa y es también objeto de mis recuerdos con el querido Lucho Gamarra y su Yola. Allí crecieron sus nietos y allí quedó Mauricio.
No se ha perdido la amistad y cada encuentro nuevo tiene otro matiz. Porque así es la vida y nada puede detener sus designios. Estamos presentes siempre cuando alguien se muda a la casa de Dios. En cada Misa surge el reencuentro. Ya somos otros rostros, pero siempre las mismas almas. Ya no hay bailes. Sólo Misas e inmersos en ella, los recuerdos intangibles, sin cambio alguno, llenos de amor y nostalgia. Este 22 de Setiembre, como ayer, brindaré con "el Tata", con Lucho y con Yolanda, una copa llena de sabrosos recuerdos. ¡Salud, Don Mauricio Carreño! Gracias.