Esto corresponde, definitívamente, a mi ayer. Locuras de muchachos no habilitados de propina, con sed y hambre. Día especial: el sábado. Horas sin sol y dispuestos a verlo aparecer nuevamente. Edad de los adolescentes: 15 a 17 años. Sin planificación ni deseos de molestar. Aventura juvenil y deseos de ganar experiencia. Muchachos de barrio, futboleros y palomillas pero, ¡mucha atención!: "cedíamos el asiento a las personas mayores y, en especial, a las damas". ¡Otra generación!.
En el jirón González Prada de Surquillo, antes de cruzar "el zanjón", existía un café-cena; en realidad, la famosa "fonda china" de nuestra pinturera Lima. Viene mi evocación, a propósito de mi actividad de músico. Mi compadre Toribio, muy generoso, allá por 1974, me "dateó" que en el edificio del llamado Hotel Marsano, se requería un acordeonista para matizar sus noches. Allí acudí y allí quedé. "Las Neblinas", especie de Piano-Bar, previo acuerdo de dolarillos, me contrató.
A golpe de las 11 de la noche, decidido de ponerle algo al "buche", crucé el puente Gonzáles Prada y..., ¡grata sorpresa!. En el mismo lugar y con su letrero de hacía más de 25 años, continuaba en actividad el recordado "café-cena" del chino Juán. En busca de mi "sopita criolla" y mi "lomito saltado" del ayer, ingresé y no pude contener mi emoción de hallar, sentadito, frente a su sonora Caja y fumando como siempre, al ya venerable chinito. Era miércoles y me senté frente a él.
Se acercó hacia mi y muy amablemente requirió mis pedidos. Su voz sonó como antaño: "¡Sopa criolla, lomo saltado y pan sólo!". Me observaba con atención y, desde su rincón, sobre sus gastados anteojos, la mirada del chinito, se metía cada vez más en el comensal. Recordé a Rufino Valenzuela, Raúl Goya, Roque Cárdenas, Enrique del Pino, Carlitos Loayza y todos mis amigos surquillanos con los que solíamos llegar, especialmente, los sábados de mi querida juventud..
Aquel fue el grupo "perromuertero", el mismo al que el chinito Juán, con su "generosidad de siempre", advirtió, en una noche de sábado de Febrero del 49, que no nos íbamos a ir sin pagar.Ya tenía experiencia con nosotros pero, quería sacarse el clavo. La verdad es que se la hicimos y no volvimos más. Habían transcurrido 25 años y el destino me ponía en sus manos porque, se me acercó y pidiendo disculpas anticipadas, me preguntó: "Por casualidad, ¿Ud. surquillano?. Porque su cara me es familiar.
Afirmé que sí. Agregó: Ud. venía antes con amigos "perromuerteros?. No me quedó más remedio que afirmarlo. ¡Qué verguenza!. El señor locutor, el músico visitante, frente a quien nos hiciera "tremenda advertencia" años atrás. Y, volvió a preguntar: ¿"Cómo lo hicieron?. Me levanté y juntos llegamos a la cocina. ¡Seguía, la misma abertura del techo! ¡La de la fuga!. Se lo expliqué y, como si hubiera develado un misterio, exclamó: "¡Ahora, ya puedo morir en paz!". Créanlo. Seguiríamos siendo, ¡grandes amigos!.
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