
La verdad que mi reacción fué tardía. Me vi de pronto ante aquella gigante máquina y, paralizado, no atiné a nada. La sirena sonaba y el motorista, quien sabe irresponsablemente, aceleraba como para asustarme. Frenó con gran estridencia pero era dificil detener el vehículo. ¿Qué pasó?... Como enviado del cielo, un soldadito de nuestro ejército con su verde uniforme y cual super hombre en acción, me tomó en sus brazos y se arrojó a un lado, cayendo ambos en medio de una acequia que bordeaba los rieles.
Señor Servàn, muy bonita historia de su infancia, me agrada sobremanera còmo la narra Ud., tal vez, porque soy profesora de Comunicaciòn, y observo que no tiene nada que envidiarle a los narradores peruanos.
ResponderEliminarSiempre paso a darle una ojeada a su pàgina, ya anteriormente le escribì.
Hasta pronto, saludos
Profesora Lidia Rosa:
ResponderEliminarSus palabras para mi son mi "Premio Nobel". Cada persona que por curiosidad ingresa a mis blogs y me manifiesta algo o comenta lo que escribo, nos alegra sobremanera. No recibimos ni un aliciente económico y ya estamos rodeados de avisos. Ojalá, antes de irnos, recibamos una compensación pero, sus palabras, son premio mayor para mí. La abrazo.